Comencemos a llamar a las cosas por su nombre

Treinta años le tomó a la autora Cristina Rivera Garza escribir sobre el feminicidio de su única hermana. En la amplia bibliografía de la escritora hay varios textos dedicados a los muchos crímenes de México, a la desaparición forzada y a la violencia de género. Pero escribir sobre el homicidio de una joven de 20 años tan cercana la deja sin palabras. No me refiero al corazón y el temple necesarios -que los tiene-, sino a la escasez de vocabulario de aquel fatídico 16 de julio de 1990 y de las décadas posteriores. Liliana Rivera Garza murió a manos del feminicida Ángel González Ramos; la nota del periódico de la época advierte que a causa de un crimen pasional. La pasión hace que el crimen se vuelva horizontal puesto que la pasión -se asume- la comparten ambos; de suerte que se excusa al perpetrador y se responsabiliza a la víctima de su propio asesinato. 

Son muchas las razones que hacen a El invencible verano de Liliana merecedor del Premio Xavier Villaurrutia 2022, pero si he de destacar una es la importancia del lenguaje. Es decir, se pide verdad y justicia, pero cómo exigirlos, cómo obtenerlos si se carece del marco lingüístico indispensable. La académica y activista sudafricana Diana Russell acuña el término “femicidio” en 1976 como el “asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, el desprecio, el placer o la suposición de propiedad sobre las mujeres” y abarca cualquier homicidio por discriminación de género. Al traducir la obra de Russell, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde lo consideró incompleto y en los años 90 creo el neologismo “feminicidio” al sumar la tolerancia social y la responsabilidad del Estado en la violencia que sufren las mujeres y las niñas con su consecuente impunidad del sistema jurídico en la atención a las víctimas. 

Hay que buscar que las palabras -las de uso diario y las jurídicas- no sirvan para esconder al criminal y para manipular la verdad sobre el crimen, sino que echen luz sobre la violencia contra las mujeres y las niñas

Diseño de Adrián Oviedo para Consejo Cívico

Así aparece el término en la década de los 90, pero marginado al ámbito académico y al activismo feminista. No es hasta la ola de feminicidios en el caso de las mal llamadas ‘muertas de Juárez.’ De nuevo, sutilmente se arroja una culpa sobre la víctima. La muerte nos alcanzará a todas y a todos; el homicidio, no. Hay que insistir en llamar a este caso ‘las asesinadas de Cd. Juárez.’ Es gracias a ellas que el término comienza a tomar fuerza y hoy forma parte del marco legal mexicano. 

En el espacio literario neolonés hay otro libro sobre el tema: Vike, un animal dentro de mí (2018) de la poeta Minerva Margarita Villarreal. El poemario se dedica al caso de María Virginia González Chapa alias Vike, oriunda de El Vergel. En 2019 tuve la oportunidad de entrevistar a Minerva Margarita, quien me advirtió que el nombre de la víctima, su apodo y el pueblo donde ocurre el crimen habían sido alterados. Cuando en ese pequeño pueblo de Nuevo León se enteraron que escribiría sobre la víctima, la poeta recibió varias cartas anónimas amenazándola de muerte a ella y a su familia. Quizá pensaron que se trataba de una crónica a manera de denuncia. La poeta no fue testigo del crimen, pero sí del tratamiento judicial y social de la víctima –de su cuerpo y de su nombre. Villarreal era una habitante esporádica del lugar y en sus visitas solía toparse con una mujer amable, ambas gozaban de hacer caminatas, esa mujer era nativa del lugar y sabía los nombres de los árboles. Así que paseaban juntas. Un día la mujer ya no estaba y había dos versiones: la oficial y la pública; pero también el secreto a voces, el rumor. Para Minerva Margarita Villarreal, esa mujer que ella bautizó como Vike se convirtió en una ausencia inquietante. Fue a través de la poesía que la autora pudo revelarnos la verdad: ahí donde la autopsia decía peritonitis, los lectores sabemos que la mató su pareja; ahí donde el rumor la dejaba como ‘la loca del pueblo’, los lectores sabemos que desde niña Vike fue la víctima de las agresiones sexuales de un padre violador. 

A diferencia del feminicidio de Liliana, para el de Vike sí existe el vocabulario en el marco legal vigente, pero la ausencia del Estado sumado a los prejuicios de una sociedad patriarcal deja el caso impune y sin nombre. Gracias a Villarreal se rescata el testimonio de las muchas Vikes que mueren sin esperanza de justicia. Y otras, las desaparecidas que fueron asesinadas, quedan “allá, sin flores, sin losas, sin edad, sin nombre, sin llanto, duermen en su cementerio” como advierte la poeta María Rivera en estos versos de Los muertos (2010). 

Tras la publicación de El invencible verano de Liliana, Rivera Garza recibe un correo con información sobre el paradero del asesino, información hoy confirmada. El feminicida de su hermana murió ahogado en 2020 en California donde vivió como prófugo de la justicia bajo un nombre falso.  Sin embargo, la lucha de Cristina Rivera Garza no ha terminado. No sólo hay que confirmar que Ángel González Ramos es el homicida de Liliana, sino que la autora busca que en el expediente desaparezca el mal llamado ‘crimen pasional’ y quede asentado que la causa de muerte de su hermana fue el feminicidio. 

Hay que buscar que las palabras -las de uso diario y las jurídicas- no sirvan para esconder al criminal y para manipular la verdad sobre el crimen, sino que echen luz sobre la violencia contra las mujeres y las niñas. Este es el primer paso para eliminar la violencia de género. #JusticiaParaLiliana, #JusticiaParaTodas 

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